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lunes, 8 de octubre de 2012

Viaje a la luna



Cada vez que me voy dejo atrás mi pequeña gran ciudad, no es miá, solo me obligaron a elegirla, me obligaron a tirar mis raíces como a un árbol que lo plantan en una maceta en la que no quiere estar.  Dejo atrás el olor a mierda que sale de los ojos de las personas cuando te miran, a los robots que tiran dinero por el culo, aunque este sucio, tienen un culo adinerado, a las muñecas bien peinadas, bien vestidas, mal maquilladas, con poco para decir, tan atractivas, tan ignorantes, ciegas y estúpidas. Dejo atrás la rutina, tan odiada, tan repugnante, aun, tan difícil de dejar.

Las idas y idas, las idas y venidas en auto, la señora que frena con el semáforo en verde, el señor que acelera y pasa en rojo para evitar a los chicos que limpian los parabrisas, puede matar a alguien, pero no le van a sacar una moneda. Las señoras de cara estirada, embarrada, saliendo del shopping con sus bolsas de compras, encantadas de haber estrujado la tarjeta de crédito de su marido, o de su amante, ahora tienen que ir a cocinar, a levantar la mierda del perro.
Que difícil es comunicarse cuando no se sabe hablar, siempre esperando que como por arte de magia la otra persona entre en un estado mágico de telepatía y realmente te entienda, que vea todo lo que tenes para decirle, que te mire adentro, afuera, adentro del cuerpo, donde esta el humo de los cigarrillos y la cafeína. Eso es casi imposible, como pedirle a un enfermo de Parkinson que deje de temblar.
Tal vez sea eso lo que todos estamos buscando o de lo que todos nos queremos escapar, tal vez por miedo, tal vez por curiosidad, hay que irse, afuera de la cabeza, para poder apreciarnos, para poder sentir que algún lugar hay alguien como nosotros, afuera de su cabeza, mirándonos impaciente, esperando que le devolvamos la mirada.

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